Por: Carolina Rúa

Mi nombre es Carolina, aunque ahora pienso que soy un número más para el sistema gubernamental de mi ciudad.
Es el año 2020 y por lo que he leído en redes sociales, este ha sido el peor año para los habitantes actuales de este mundo, desde que empezó.
En lo que a mi concierne, siento que esta situación casi acabó con mi vida, esa que conocía y me costó construir saliéndome de los cánones de mi familia. Siempre tuve suerte con los empleos, pero mi vida era viajar, agudizar mis sentidos para disfrutar la naturaleza; incluso, encontrar formas en que los gastos de dichos viajes, se minimizaran.
¡Todo cambió!
Hace poco más de un mes, el gobierno nacional decretó una cuarentena obligatoria, debido a una pandemia que ha dejado miles de muertos en distintos países, ahí comenzó mi tortura; nunca había siquiera considerado el encierro y hoy estoy obligada a hacerlo.
Al principio, sentía que me iba a enloquecer, entonces pensé en qué medidas adoptar para seguir en contacto con la esencia de aquello que era, sentirme un poco más viva y no desconectarme del mundo exterior.
Tomé la iniciativa que venía rondando en mi cabeza antes de este caos: hacer una huerta casera. Reuní botellas plásticas e hice macetas en las que sembré tomate, arveja… y replanté un orégano que asomaba sus primeros tallos.
Mover la tierra el día de la siembra, me hizo sentir como si fuera la primera vez y a medida que las plantas fueron creciendo, mi temor se hizo menor.
Ahora estoy un poco más adaptada y buscando alejarme de la pantalla que está consumiendo mi existencia, pero sigo esperando el momento en que pueda sentir la tierra entre mis pies descalzos, sumergirme en el agua y escucharla cuando corre con la rotación del planeta, que el viento me peine el cabello, me despeje la cara… y el sol, me permita ver el paisaje.
Espero el día en que otra vez pueda volar lejos.
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